Joc – Juan Carlos Pueo
Ferrater, Gabriel, «Joc», Les dones i els dies, Barcelona, Edicions 62 («MOLC», 21), 1979, p. 125; Les dones i els dies, edició definitiva, Barcelona, Edicions 62 («la butxaca»), 2017, p. 163; Les dones i els dies, edició crítica de Jordi Cornudella, Barcelona, Edicions 62, 2018, p. 169.
Juego, vicio, deseo. Tres nombres para una sola realidad, la del cuerpo y su goce. Pero solo el juego se asocia a la inocencia temprana de la juventud y la risa, la inocencia de un presente que en ningún momento se para a pensar en lo que sucederá más allá del juego, ese cansancio que establece una frontera con lo que ya ha pasado, despertando así a la conciencia del tiempo. Esa conciencia dolorosa que, es bien sabido, «leaves a heart high-sorrowful and cloy’d, / A burning forehead, and a parching tongue» (J. Keats, «Ode on a Grecian Urn», v. 29-30).
Se invita el poeta no solo a jugar, sino a participar en el juego del otro cuerpo, como para recuperar el tiempo disipado al que su poesía llama tantas veces. Pero el juego rechaza la apelación al ubi sunt, demasiada lucidez para un asunto con el que nada tiene que ver el logos. Lo único que importa en este trance es el juego en sí mismo, esto es, la acción de jugarlo, o la voluntad de jugar con la única intención de reír y disfrutar, sin pararse a pensar en lo que pueda significar. Si acaso, puede haber en el juego la ingenua pretensión de satisfacer una curiosidad: al fin y al cabo, el juego es el mecanismo del que se sirve la vida en su primer estadio para descubrir el mundo. Pero solo para descubrirlo, para ampliarlo, no para analizarlo.
No puede el poeta, por tanto, evitar preguntarse si el goce de un cuerpo entra para él en esa categoría de juego, o si no será más bien algo diferente. Si ya no viene promovido por el placer de jugar y de descubrir, ¿se le podrá llamar vicio, quizás? ¿Acaso podría ser otra cosa que un hábito del que uno es incapaz de desprenderse, una prueba más de que han pasado los años, de que la juventud quedó ya atrás? Pero la palabra vicio tiene unas connotaciones poco o nada lisonjeras. Quien se deja arrastrar por un vicio actúa contra sí mismo: contra su capacidad de raciocinio, que le aconseja dejar el vicio y comportarse de forma madura. Todo lo contrario de quien se abandona al goce del juego.
Para entrar en el juego es necesario abandonar las reservas a que dan pie estas connotaciones, librarse de la manía del lenguaje para mostrar el vicio y mostrarse en el vicio. Para darse al vicio y darse en el vicio. Solo así es posible el retorno a ese juego original en el que el vicio ya no tiene relación con el pasado ni con el futuro –como hábito funesto, ya se ha señalado–, sino que se produce en un presente en el que es factible atender únicamente al goce de los cuerpos. Solo así se puede jugar al mismo nivel que el otro cuerpo, ese que es joven y ríe.
Eros exige abandonarse al juego, a la curiosidad por el cuerpo, al temblor que supone entrar en lo desconocido para que siga siéndolo. No para que lo podamos integrar en nuestros esquemas mentales, dándole un nombre –el de «deseo»– menos negativo esta vez que el de «vicio», pero igualmente falso. Porque de lo que se trata es precisamente de evitar ese proceso que consiste en nombrar las cosas de alguna manera para poder clasificarlas y seguir a otra cosa, confortablemente instalados en la seguridad que supone que cada experiencia tenga sus términos característicos. No es solo llamar a las cosas de alguna manera, sino llamarlas así desde hace mucho tiempo, lo que nos derriba bajo el peso del tiempo. Hay que volver a jugar.
Juan Carlos Pueo
Professor (Universitat de Saragossa)