Cambra de la tardor – Mario Castellón Sampedro
Ferrater, Gabriel, «Cambra de la tardor», Les dones i els dies, Barcelona, Edicions 62 («MOLC», 21), 1979, p. 57; Les dones i els dies, edició definitiva, Barcelona, Edicions 62 («la butxaca»), 2017, p. 73; Les dones i els dies, edició crítica de Jordi Cornudella, Barcelona, Edicions 62, 2018, p. 79.
«Cambra de la tardor» es, sin duda, uno de los mejores y más bellos poemas escritos por Gabriel Ferrater. Esto se debe, por un lado, a la forma sutil y orgánica en que se conjuga el aspecto formal y la capacidad lírica. Y, por otro, a la feliz y suave aparición de los temas fundamentales sobre los que se asienta la poesía ferrateriana. Estos quedan ya bien recogidos en el título que otorga a la antología de su obra: Las mujeres y los días (Les dones i els dies). Como él mismo recordaría en una entrevista: «mi único tema [en la poesía] es el paso difícil del tiempo y las mujeres que han pasado por mí» (Campbell, 1971: 338).
De entrada, lo primero que debemos poner de relieve para poder cimentar el transcurso de nuestra lectura es cómo los espacios fluctúan, cómo la esfera pública y la privada son corrientes en perpetua intersección. El punto de partida es la imagen de la persiana tal que la bruta manifestación de este aspecto. Los amantes se encuentran sumergidos, participantes muy a su pesar, dado que «no ens separa de l’aire» (v. 3). A continuación, se describe a la persiana en sí, lo cual no es óbice para cesar el encuentro, puesto que «el cor els oblida» (v. 5); tiene esa capacidad para abstraerse. Precisión y sobriedad para una preciosa instantánea de su mundo compartido.
Todo fluye, y así el desequilibrio de las estaciones y el tiempo se sintetiza y se hace evidente a través de la luz flotante, indecisa, «que era color / de mel, i ara és color d’olor de poma» (v. 6-7). Tanto es así que hasta la misma habitación tiene apellido, «de la tardor». De ahí surge el primer cambio de ritmo, una suerte de letanía de quien, de pronto, como un moderno Tiresias, descubre y acepta la realidad de las cosas: «Que lent el món, que lenta / la pena per les hores que se’n van / de pressa» (v. 8-10).
Una vez realizado este camino, es el poeta a quien le asalta la pregunta que una vez planteó a su amante: «Digues, te’n recordaràs / d’aquesta cambra?» (v. 10-11). El recuerdo y la memoria se prefiguran como la única herramienta posible frente al irreversible e inevitable paso del tiempo. Es, quizás, la única forma de entender la conversación que entablan los amantes, pues tenemos la sensación de que se vertebra a través de la presencia/ausencia de los obreros. Así oscila entre la primera vez que oyó «Aquelles veus d’obrers», frente a la última, en que «avui no els sento […], / i avui que callen em fa estrany» (v. 12 y 14-15). La imprecisión de este punto ayuda a reforzar la sensación de saberse imbuidos en el centro mismo del paso del tiempo que se materializa en elementos concretos: la luz que cambia, los obreros que no están trabajando.
Este ejercicio lenitivo de la memoria comenzará ahora a ir en aumento, a ganar en intensidad poética. Para ello se recoge el ritmo antes mencionado, junto con los elementos principales que se han ido diseminando a lo largo del poema. Así leemos: «Que lentes / les fulles roges de les veus, que incertes / quan vénen a colgar-nos» (v. 15-17). La belleza con que el amante se hace estación a través de las hojas –jóvenes en verano, envejecidas ahora– como la única manera posible de ser ya junto a ella. Por tanto: «Adormides, / les fulles dels meus besos van colgant / els recers del teu cos, i mentre oblides / les fulles altes de l’estiu, els dies / oberts i sense besos» (v. 17-21). El verano, el otoño; el día, la tarde-noche; el encuentro y su recuerdo… «Todo pasa y todo queda», como escribiera el poeta.
No obstante, «ben al fons / el cos recorda: encara / tens la pell mig del sol, mig de la lluna» (v. 21-23). Si al comienzo leíamos que «el cor els oblida» (v. 5), ahora, en el momento final y decisivo, vemos que el cuerpo, como la caja negra de todo este entramado de momentos despeinados por el tiempo, recuerda y deja constancia de ello a través de ese maravilloso verso final. De este modo, la mujer parece desprenderse de las limitaciones que sujetan al hombre y queda configurada como pieza telúrica asida, pues, a los elementos naturales.
En definitiva, y a modo de cierre, como lector de Ferrater, creo que este poema merece la pena ser leído por su belleza, por la capacidad de interpelar y atraparte; por la habilidad que tiene para escapar de la página –en papel o virtual–, de lo fijo, gracias al diseño de su forma que le dota de vida, de capacidad autónoma para ser dos y uno, para ser todas las estaciones, para ser el cambio de luz de una tarde de otoño tal que aquel sol que bebía «el més límpid gin de lluna i mar» («El ponent excessiu», v. 9).
Mario Castellón Sampedro
Universitat d’Almería
Referencias
Campbell, Federico, «Gabriel Ferrater o las mujeres». A: Infame turba, Barcelona, Lumen, 1971.